Mi bitácora: 14 de abril, Marrakech – Boulmane Dades

15 de abril de 2019

La curiosidad mató al gato

Y en este caso el gato fui yo. Me pasé de lista estudiando las rutas que íbamos a hacer. Solo pensar el trayecto que nos tocaba hacer para llegar a Boulmane Dades, me producía un temblor en las piernas. Es como cuando tienes un síntoma de algo y te vas corriendo a internet a ver qué puede ser antes de ir al médico, siempre te quedas con lo peor.

No quería preguntar qué ruta íbamos a coger, pero si leísteis mi post: El desierto de los niños: Un viaje para recordar, seguro que os quedasteis impresionados al ver la foto de la carretera R-704 y yo no quería agobiar más a Erica que era la óptica valiente que iba a coger el coche.

Yo, gran parte del viaje estuve con los ojos cerrados. Pero una cosa sí os digo, la entereza de Erica fue envidiable. Si es que nuestra chica está hecha de otra pasta. Ahí que se sentó un tanto temerosa al principio por el perfil de la ruta, pero con toda la decisión del mundo pronto cogió confianza para encaminarse a cruzar ¡nada menos que el Atlas!

Erica, esta vez mi aplauso va para ti…

He de disculparme por ser tan pesada con el tema del trayecto, pero seguro que los que tenéis vértigo entenderéis mi sufrimiento.

Sin embargo, la entereza de mis ópticas aventureras me dio fuerza y también hubo momentos en los que disfruté especialmente del recorrido hacia Boulmane Dades.

Mientras subíamos el puerto de Tizi Tichka nos llamó muchísimo la atención la cantidad de puestos y tiendas que aparecían cada pocos kilómetros. Desde luego, la cultura marroquí es comerciante por naturaleza.

Casi coronando el puerto, decidimos parar a cotillear un poco en uno de esos puestos. Figuras talladas a mano, fósiles y pañuelos muy coloridos eran los souvenirs que te podías llevar a casa siempre aun muy módico precio. Es la manera de subsistir de mucha gente de la zona.

Este era el día de Erica, sin duda. Decidida, valiente, no titubeó y fue la que tomó la iniciativa comprando un turbante azul. Después de ella, nos animamos las demás y acabamos comprando uno para cada una. Para premiar la amabilidad del mercader le regalamos una camiseta de la Fundación ¡qué fácil es hacer feliz a la gente del lugar! Con lo difícil que es en nuestro mundo occidental en el que tenemos de todo.

De nuestro recorrido, nos impresionó el color rojizo de la piedra y la variedad de paisajes conforme íbamos subiendo el puerto. A Ana y a Blanca les llamó la atención el color verde intenso de la vegetación que llenaba el fondo del valle, a pesar de que los ríos no bajaban con mucho caudal. Abdel, como buen conocedor de la geografía local nos dio una pequeña lección y nos explicó la importancia del Atlas para la supervivencia del sur. La nieve del deshielo es la que mantiene esta zona con tan pocas lluvias.

Lo que nos reímos al vernos con el turbante a todas. Sin embargo, esa indumentaria nos ayudaba a sentirnos parte de los lugareños de nuestra siguiente parada: la Kasbah de Ait Ben Addou. Disfrutamos muchísimo de sus calles declaradas Patrimonio de la Humanidad. Alguna compra que otra y parada para comer con vistas a la kasbah.

Proseguimos nuestro camino hacia Boulmane Dades y decidimos dejar descansar a Erica. Eli fue la que esta vez le tomó el relevo al volante. Y precisamente, ella fue la que se llevó el susto… Mientras conducía un sonido extraño nos dejó sin aire acondicionado. Nada importante en cuanto a mecánica se refiere, pero a nivel de supervivencia física del viaje, sí era grave. Si queríamos disfrutar de un viaje sin deshidratarnos de calor, necesitábamos aire acondicionado.

Ahí nos dimos cuenta de la maravillosa organización de El desierto de los Niños. Un mecánico local de Ouarzazate resolvió rápidamente el problema y llegamos a hacer noche en Dades.

Hoy ya toca revisar. Os dejo que tengo un buen trabajo por delante. Mañana os cuento más y mejor 😉

Firmado: Una Óptica Aventurera